Juego de Pelota Meosamericano: Mayas y Aztecas en México
El rey español Carlos V y su corte debieron estar realmente asombrados cuando un grupo de jugadores de pelota de México –cuyas tierras habían sido recientemente conquistadas en nombre del Rey al inicio del siglo XVI– demostraron sus habilidades para golpear una pelota de goma con sus caderas. Fue Hernán Cortés, el conquistador del Imperio Azteca, quien en uno de sus viajes de vuelta a la península española se llevó a estos jugadores con él, causando una gran admiración entre los europeos.
El Juego de Pelota Mesoamericano
La audiencia, poco acostumbrada a un espectáculo público de cuerpos semidesnudos, podía fácilmente apreciar las contracciones musculares en los cuerpos de estos jugadores, pues su única vestimenta era su maxtatl –el taparrabo tradicionalmente usado por hombres– y protectores de cuero para sus nalgas, rodillas y tobillos.
En adición a sus movimientos, los cuales a la vez eran gráciles y viriles, los espectadores estaban impresionados con la velocidad y fuerza del rebote de aquellos objetos esféricos hechos con goma –un material nativo de américa, desconocido hasta entonces en el Viejo Mundo, donde las pelotas estaban hechas de tela o cuero, por lo cual eran lentas y pesadas.
Lo que estos hombres jugaban es lo que nosotros llamamos Juego de pelota Prehispánico o Ulama, palabra azteca derivada de ollin, que significa movimiento, lucha y unión de opuestos, lo que a su vez está derivado de la raíz ulli o goma. Otros nombres para este juego con tlachtli y pok-ta-pok, dependiendo del área en donde se jugara.
Sangre que Renueva la Vida
Aunque en ocasiones el juego de pelota era jugado solo como deporte o como entretenimiento, desde tiempos antiguos el ulama tenía un propósito predominantemente ritual y religioso. Era usado para adorar el destino del sol, para así garantizar la preservación del orden cósmico y universal.
La muerte por sacrificio estaba integrada en los simbolismos de la religión y cosmogonía prehispánica, y era una parte esencial de algunos de los antiguos rituales sagrados mexicanos. En estos ritos, la sangre que se derramaba se volvía un elemento que contribuía a pelear las fuerzas adversas de los dioses de la oscuridad. La pelota simbolizaba al sol, mientras que los jugadores representaban a los cuerpos estelares. En este ritual, los dos equipos –cada uno con 7 hombres– se enfrentaban entre sí, algunos apoyando el movimiento del sol, otros intentando detenerlo. El jugador que hiciera un movimiento contrario al curso que la pelota debería tener –el mismo curso del sol– era decapitado y así, con su muerte, se evitaría la catástrofe de la extinción del sol y, con ello, el fin del universo.
Pero el simbolismo del juego de pelota era, con ello, el fin de la oscuridad. También era un ritual propiciatorio de la fertilidad: la sangre de los jugadores decapitados representaba a la lluvia, el precioso líquido que nutría los campos y permitía a las plantas florecer y, por tanto, a los hombres alimentarse y a la vida continuar. Debido a esto, al final del sagrado Ulama no había equipos victoriosos ni derrotados: los jugadores decapitados no perdían pues sus sacrificios eran considerados un honor, después de todo significaba el triunfo del orden cósmico.
El Tlachco o la Cancha de Pelotas, un lugar sagrado
Aunque hoy en día los jugadores de ulama pueden jugar en lugares abiertos o explanadas y ante cualquier tipo de audiencia, en los tiempos prehispánicos el simbolismo de este ritual necesariamente requería de un espacio sagrado y cerrado que reprodujera el arreglo celestial en donde los movimientos solares se ejecutaban.
Algunos investigadores creen que el juego de pelota se originó entre los Olmecas –los primeros habitantes de la costa del Golfo de México–, aproximadamente en el año 1500 a.C. Sin embargo, en ninguna de las grandes ciudades Olmecas de Veracruz o Tabasco se ha encontrado algún vestigio de canchas para este juego, la evidencia más significativa para la presencia de este deporte ritual. La cancha de ulama más antigua fue encontrada en Chiapas, y ha sido datada entre los años 600 a.C. y 100 d.C. Desde esta época y hasta la conquista del Imperio Azteca, al inicio del siglo XVI, en todo el territorio conocido como Mesoamérica (que abarca desde el noreste de México hasta América Central) la práctica general del juego de pelota requería una estructura arquitectónica específica.
En términos generales, esta estructura consistía en un gran patio con una forma particular similar a la letra “I” mayúscula, o quizá dos “T” unidas en la base, de tal manera de que tuvieran una sección central estrecha y dos extremos más anchos llamados cabezales. Aunque sea la estructura básica de la mayoría de las canchas de ulama, pueden encontrarse muchas variantes y tamaños a través del territorio mesoamericano: algunas están hundidas con relación al suelo donde los espectadores ven el juego; otros al mismo nivel que las plazas. Pero todas ellas poseen paredes inclinadas, o taludes, y superficies verticales. Integrados en algunas de estas paredes hay grandes aros de piedra de donde la pelota debería rebotar o pasar a través, lo cual hacía del juego algo espectacular.
La presencia de elementos esculpidos, tales como los anillos anteriormente mencionados, marcas en el suelo, nichos, pasarelas y relieves, permiten identificar el sentido ritual y simbólico de cada una de estas canchas.
En el área perteneciente hoy en día al estado de Oaxaca, por ejemplo, las canchas más conocidas, como las encontradas en Monte Albán, Dainzú y Yagul, tienen la peculiaridad de tener menos anillos de piedra; algunas de ellas tienen nichos en los cabezales y discos circulares en el patio, de donde las pelotas se cree que eran rebotadas. Parece extraño que, por otra parte, en Teotihuacán, la ciudad de los Dioses (en la meseta central de México), no se han descubierto canchas de ulama hasta ahora. Sin embargo, las pinturas murales del Palacio de Tepantitla retratan tanto a los jugadores como a los sacrificios rituales asociados con esta actividad, y en la cercana área de La Ventilla se encontró un hermoso marcador de ulama.
Como se aprecia en los sitios arqueológicos de Tula y Xochicalco en el México Central desde el año 700 d.C., la particularidad de este deporte ritual era la presencia de inmensos anillos de piedra incluidos en las paredes en donde descansan los taludes. Esto indica que el juego requería que los jugadores pasaran la pelota a través de los anillos, golpeándolos con las caderas. En Tula, estos anillos eran decorados con relieves de serpientes ondulantes, y las pasarelas con las imágenes de guerreros, elementos que enlazan fuertemente a esta ciudad, capital de Quetzalcóatl, Dios principal de los Aztecas, con los Mayas de la península de Yucatán. Lee más en Dioses de los Aztecas.
México-Tenochtitlan, el centro del imperio Azteca, tenía numerosas canchas para este deporte ritual, estando la más grande en el Templo Mayor. Los habitantes de El Tajín, en la costa del Golfo de México, por su parte, erigieron muchas canchas (17 en total) en su ciudad, lo mismo con la gente de Toluquilla y Ranas, en la zona montañosa de Querétaro, y aquellos de Cantona, en Puebla. Es notable que en la cancha central de El Tajín existen, como elementos significativos, seis magníficos relieves que relacionan esta ceremonia con la adoración al pulque, y representan el momento cumbre de la decapitación de un jugador.
El culto del juego de pelota en estos sitios arqueológicos seguramente sobrepasa su práctica en otras regiones de Mesoamérica. Si hoy en día estos sitios arqueológicos, con sus muchas canchas, aún nos sorprenden, imagínense cómo hubiera sido en su tiempo de esplendor, con el deporte ritual siendo jugado simultáneamente, con toda su parafernalia, en las diferentes canchas de ulama.
Sin duda, el área Maya de la península de Yucatán es donde el mayor número de canchas de pelota se han encontrado. Prácticamente no hay sitio en toda esta extensiva área en donde no haya al menos una estructura dedicada a este mítico deporte ritual.
De todas ellas, la Gran Cancha en Chichén Itzá, Yucatán, construida en el año 900 d.C., es la más espectacular, tanto por sus grandes dimensiones como su bien preservada construcción y esculturas aztecas. Este complejo arquitectónico vanagloria, entre otros, al templo del Cabezal Norte, en donde se representan cultos fálicos, y el Templo del Jaguar, en donde se representan serpientes descendientes, asociadas con las victorias militares de los itzáes. Los anillos o marcadores en esta cancha tienen la forma de dos serpientes ondulantes emplumadas, asociadas con Kukulcán, la representación Maya del dios Azteca Quetzalcóatl.
Los relieves en las pasarelas destacan particularmente: retratan a jugadores vestidos con ropas finas y la decapitación de uno de ellos como la ofrenda final para la creación del universo, por lo cual la sangre que brota de su cuello es transformada en un haz de serpientes, un símbolo de fertilidad para la excelencia. Es por ello que la planta que, como una viña trepadora, también emerge desde el cuello decapitado del hombre y cubre el suelo, alude al principal significado de esta ceremonia: la sangre que fue derramada en sacrificio nutre la tierra, y permite la continuidad de la vida en el universo.
Juego, deporte o ritual: el ulama simboliza el movimiento sagrado, vital y trascendente. Es la vida transformada en muerte para perpetuar la vida; es la sangre del hombre que fertiliza la tierra y protege contra el espíritu del hambre, permitiendo la continuidad de la existencia humana en la tierra y previniendo que la oscuridad de la noche se apodere del mundo.